Cuando entras en una
librería en busca de alguna novela y aparece el nombre de
Murakami en el apartado de novedades (aunque en este caso sea una traducción de una obra de 1988), es difícil no caer en la tentación… por lo menos a mí me resulta
prácticamente imposible no llevarme el libro a casa.
Es este un autor al que he ido conociendo y entendiendo a lo largo del tiempo con la misma parsimonia de su prosa ondulante. Podríamos decir que difícilmente dejaré de leer sus nuevas novelas porque, del mismo modo que acudes a un restaurante periódicamente aunque ya
sepas de qué pié cojea el cocinero, acudo a degustar la obra del nipón. Sin
embargo, en esta última lectura he cometido un error; podríamos decir, siguiendo con el paralelismo
culinario, que he ido a comer y a cenar al mismo restaurante y he repetido
algunos platos.
Lo que quiero decir con
esto es algo muy simple, que el libro de Murakami es excelente (su ritmo, sus
metáforas, su llevar de la mano, sus recovecos…) pero que no me ha aportado
nada nuevo. Únicamente recordar algunos aromas, intuir lo que vendrá después, recordar lo ya experimentado...
Quizás el error es mío,
no debí encadenar esta lectura con otras anteriores del autor, fue una mala decisión no dejar el triple baile en la
librería unos meses, pero como decía antes: la tentación.
Noviembre 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario